Destellos de tiempos pasados

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Destellos de tiempos pasados, que me martillean en la cabeza de forma puntual, aunque cada vez, me aparecen, con más frecuencia. No sé muy bien porqué; debe ser cosas de la edad; vislumbro recuerdos y sensaciones, que ya creía olvidadas, de una forma muy presente.

Centelleos de vivencias pasadas que se me aparecen. Son instantes, sensaciones casi olvidadas, sin importancia, pero las visualizo en todo su esplendor.

Es curioso, porque algunas son de casi cincuenta años atrás. Paradójico, cuando quizás, no sea capaz de acordarme de cosas que hice ayer mismo.

La memoria es caprichosa. Pero parece, que este vislumbre de instantes pasados, es más que habitual conforme vas echándote años en tu zurrón. La memoria a largo plazo, pisotea a la del corto.

Como ilustración de esto, hoy mismo, empecé a leer el último libro de mi compañero de E.G.B ;la primaria de ahora; Victor del Árbol. El libro se llama «El hijo del padre», y como todo lo que escribe Victor, te atrapa desde la primera página. Es un gran escritor, con un estilo de difícil encasillamiento; ganador del Premio Nadal del año 2016 con la «La víspera de casi todo».

Victor, es quizás, de los compañeros del San Antonio Maria Claret, el que haya conseguido más reconocimiento mediático.

El caso es que la obra de Victor, y muy especialmente esta última; aporta un buen número de tintes biográficos. Bebe de su pasado y te hace visualizar, muchas de sus sensaciones de niñez. Esas, que a mí, me están apareciendo últimamente, y que me llevan a pensar en líneas transversales difuminadas, salvando las distancias, que se cruzan entre mi pasado y el suyo.

Ambos somos hijos de padres inmigrantes del Sur de España; trasladados a Barcelona en busca de un futuro mejor, que el que tenían en las tierras que los vieron nacer. Tierras de agricultores, de gente con pocos recursos económicos, pero con gran entereza y determinación, y que supieron trasladar a sus retoños, valores labrados en piedra, en paralelismo a las tierras que arañaban en su infancia, para exprimirles un mínimo jugo, con los medios limitados que disponían entonces.

Valores, que heredaron sus hijos, y que nos han permitido alcanzar un bienestar personal, que sin el empujón e inversión generosa, que ellos hicieron, difícilmente habríamos alcanzado. Por supuesto, no hay que desmerecer, la inversión que hemos hecho cada uno de nosotros, para estar donde estamos, y que a donde hemos llegado, nos lo hemos ganado con creces; pero sin los cimientos que nos dieron; sin sentar las bases de la personalidad y caracter que mamamos; sin los sacrificios que realizaron nuestros padres; posiblemente, no hubiéramos alcanzado.

Son esos recuerdos, que me aparecen ahora, de mi niñez, los que me hacen valorar, mucho más su legado, lo que mis padres dieron por mí, y mi eterno agradecimiento en su implicación sincera en convertirme, lo que soy hoy.

Recuerdos en forma de fotos o pequeñas películas que se proyectan dentro de mi cabeza, como cuando iba con mi abuelo Juan José a ver en el Cine Cristal del barrio de Roquetas, las sesiones con dos películas de reestreno, a precio de una.

¿Lo veis? : este último es un recuerdo del que ya ni recordaba y que de repente me acaba de aparecer.

Son esos destellos de tiempos pasados los que me hacen entender un poco más de donde vengo y porque soy como soy.

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